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Cuando se formó, hace aproximadamente
cuatro mil quinientos millones de años, la Tierra ya tenía en su
interior vapor de agua. En un principio, era una enorme bola en
constante fusión con cientos de volcanes activos en su superficie.
El magma, cargado de gases con vapor de agua, emergió a la
superficie gracias a las constantes erupciones. Luego la Tierra se
enfrió, el vapor de agua se condensó y cayó nuevamente al suelo en
forma de lluvia.
El ciclo hidrológico comienza con la
evaporación
del agua desde la superficie del océano. A medida que se eleva, el
aire humedecido se enfría y el vapor se transforma en agua: es la
condensación.
Las gotas se juntan y forman una nube. Luego, caen por su propio
peso: es la precipitación.
Si en la atmósfera hace mucho frío, el agua cae como nieve o
granizo. Si es más cálida, caerán gotas de lluvia.
Una parte del agua que llega a la tierra
será aprovechada por los seres vivos; otra escurrirá por el terreno
hasta llegar a un río, un lago o el océano. A este fenómeno se le
conoce como escorrentía.
Otro poco del agua se filtrará a través del suelo, formando capas
de agua subterránea. Este proceso es la percolación.
Más tarde o más temprano, toda esta agua volverá nuevamente a la
atmósfera, debido principalmente a la evaporación.
Al evaporarse, el agua deja atrás todos
los elementos que la contaminan o la hacen no apta para beber (sales
minerales, químicos, desechos). Por eso el ciclo del agua nos
entrega un elemento puro. Pero hay otro proceso que también purifica
el agua, y es parte del ciclo: la transpiración de las plantas.
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